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He decidido incluir una antigua publicación mía en un nuevo blog, aprovechando mi cuenta en Blogger, para tenerlo todo recogido y ordenado, y no como en el fotolog, que andaba todo desperdigado. Tengo intención de retomar mi modesto ensayo sobre fiestas, borracheras, y alcoholismos varios, dentro de poco. Lo retomaré donde lo dejé, en la etapa 'desfase'. Por si os lo preguntáis, sí, este verano ha habido unos cuántos para tomar de referencia.
Aquí dejo el enlace: Ensayo sobre el Arte de Salir de Fiesta

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Alarmas

Una música empieza a sonar de fondo. De repente la surrealista viñeta que estoy protagonizando pasa a un segundo plano y voy tomando conciencia de la auténtica realidad. Sólo estaba viviendo una situación nacida en las intrincadas redes de mi imaginación. Era un sueño. La canción que me ha abierto los ojos - metafóricamente - comienza a tomar forma en mis oídos, me suena familiar, conocida. Abro los ojos - literalmente - y giro la cabeza perezosamente hacia la izquierda para comprobar, entre legaña y legaña, la fuente de la melodía. Cuál si no, la alarma del móvil. Este nuevo dato me adentra aún más en la realidad. Es lunes y son las 07:45, hora de levantarme y prepararme para ir a clase. El estribillo de la canción - I’m gonna be (500 miles), The Proclaimers - me resulta cruelmente irónico. Lo último que quiero ahora mismo es ponerme a andar quinientas millas, distancia que por cierto no me apetece calcular en kilómetros. Me cago trescientas veces en mi pasado yo – el que programó dicha canción como alarma – y otras doscientas en el profesor que me dará hoy tres horas de chapa insufrible, por no seguir de baja como el primer mes de clase. Ala, ya tengo mis quinientas.

Tanteo con la mano en busca del móvil, estando a punto de llevarme por el camino el vaso de agua que inteligentemente había colocado junto al teléfono. Apago la alarma y lo pienso mejor. Decido absolver al profesor de discurso publicitario y volcar los quinientos ‘buenos deseos’ en mi pasado yo. No son las 07:45, sino las 07:15. Resulta que ayer debí considerar buena idea darme media hora más para prepararme, ducharme, desayunar y demás, a cambio de perder unos míseros minutitos de sueño. Por dios, que el bus lo cojo al lado de casa y no pasa hasta las 08:40, sin contar que siempre llega tarde. Vale que me guste tomarme las cosas con calma, sobre todo por las mañanas, pero esto ya es exagerado. Programo la alarma, esta vez sí, para las 07:45. Y vuelvo a dejar el móvil sobre la mesa, cuidando, esta vez sí, de apartar el vaso de sus cercanías. Cierro los ojos aprovechando la humedad de las legañas, que actúan a modo de argamasa, y desbloqueo mi mente con la intención de sumirme en un nuevo sueño que, por suerte o por desgracia, no durará más de treinta minutos.

Unos rítmicos sonidos de percusión me devuelven a la realidad y dan paso a los inconfundibles primeros acordes del tema Tiempo pequeño, del último disco de Revolver. Vaya, había olvidado la alarma del equipo de música. De repente recuerdo, con ira creciente, que ésta la había programado a las 07:30, por si acaso se me ocurría pasar de la del móvil. Bien, cojonudo. Incorporándome con un esfuerzo sobrehumano - y lo de Phelps y Bolt un juego de niños, en serio – consigo alcanzar la minicadena para pulsar el botón de apagado y volver a dejarme caer sobre la cama. Botón que, por cierto, también es el de encendido, y con la lógica falta de pulso de mi mano a estas horas de la mañana, he apretado dos veces. Toca repetir acrobacia. Esta vez sí, a la segunda ha ido la vencida. Vuelvo a tumbarme y me arropo malamante con la sábanas y mantas que han terminado revueltas, pero no juntas, tras mi sorpresivo doble levantamiento. Vuelvo a cerrar los ojos, con la mala suerte esta vez, de que las legañas se han secado un poco y cuesta un poco más mantener los párpados cerrados. En un cuarto de hora dudo que consiga pegar ojo. Tanto mejor, no sé cómo soportaría otra alarma inmiscuyéndose en mis sueños. Pero al menos descansaré un poco y me iré haciendo a la idea de levantarme.

Esta canción me suena, pero no sé de dónde viene. When I wake up, yeah I know I’m gonna be, I’m gonna be the man who wakes up next to you. Pues mira sí, me he despertado, pero no cerca de nada ni nadie que no tenga funda ni sirva para apoyar la cabeza. Me cago en los proclaimers y sus putas madres, lo ha vuelto a conseguir. La alarma de los cojones ha vuelto a despertarme. Resulta un poco contradictorio pillarme este mosqueo porque un instrumento cumpla su cometido, pero qué quieres que te diga, estoy por tirar el puto móvil contra la pared en cualquier momento. Aunque bien pensado, sé que el hijoputa resistiría, ha recibido golpes peores y ahí sigue sonando como un cabrón. Me limito a coger el móvil y apagar la alarma, esta vez sí, definitivamente. Por supuesto, son las 07:45.

Tras unas profundas respiraciones en pos de la tranquilidad y la frescura mental me planteo la necesidad de levantarme. No será necesaria una “incorporación escalonada” - detallada en el capítulo La resaca,de mi Ensayo sobre el arte de salir de fiesta* - pero las connotaciones que conlleva este levantamiento son bastante más duras que las de después de una borrachera. Dichas connotaciones se resumen en una: tengo clase. Tras una reflexión un tanto enreversada, calculo que sería exponencialmente más duro combinar ambas circunstancias, no quiero imaginar el levantarme los viernes para ir a la uni como me de por salir los jueves a las fiestas Erasmus. Es curioso que en tres años de carrera y cuatro de universidad sólo haya asistido a una. Lo cierto es que estuvo bastante bien, así que no sé por qué nunca he repetido. Sí, debería empezar a salir los jueves, aunque sea alguno de vez en cuando. Es el último año de universidad - si no lo remedio con un segundo ciclo - y hay que exprimirlo al máximo. Al fin y al cabo si el próximo verano sale como tengo proyectado es posible que mi rutina cambie más de lo que pueda pensar. ¿Qué hora es? Miro de nuevo el móvil y compruebo extrañado que son las 07:55. Llevo diez minutos haciendo nada, sumido en pensamientos que no conducen a ningún sitio. Qué rápido pasa el jodido tiempo durante los primeros minutos del día. Creo que es el momento, esta vez sí, de levantarme.

Y así, detalle más, detalle menos, transcurre el despertar de un lunes cualquiera en la vida de un tío gobernado y condicionado por las alarmas.

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